Cuando la invitación a #venyllevateelmomento llegó en un envoltorio tan original como una ensaimada ya supe que esto solo iba a ir a mejor. Ven y llévate el momento es el slogan elegido por la Agencia de Turismo de las Islas Baleares que busca atraer público nacional a las islas, a todas: Mallorca, Menorca, Formentera, Ibiza. Y en esa campaña, uno de los eventos fue contar con algunos blogueros, entre los que tuve la suerte de estar, para que conocieran y contaran su momento, su experiencia.
El viaje se inició tras dejar mi coche en el parking del aeropuerto de Málaga con un cómodo vuelo en airberlin desde Málaga AGP al aeropuerto de Palma PMI. Yo no soy especialmente grande, mido 1,80. Tal vez si sea más pesado que la media, ya que rondo los 110 kgs, pero los kilos no hacen que me quepan las piernas o no. Pero en airberlin quepo, sin problemas. En el momento en el que estamos, en el que la mayoría de las compañías hacen sus espacios más estrechos, que una empresa como esta contemple el bienestar del pasajero es de agradecer. Así deberían ser todos. Gracias AirBerlin.
Llegamos a Palma donde nos recogieron desde la organización en coches de alquiler suministrados por BKRentals. La empresa de alquiler de coches en Mallorca, que da servicio en todas las islas nos puso a disposición unos peugeots muy cómodos. Una cosa a destacar de esta empresa: la política lleno-lleno en la gasolina te hace ir relativamente tranquilo. No pagas extras ni tienes sustos a la hora de devolver el vehículo. Disfrutamos de ellos durante todo el fin de semana y nos dio un servicio bastante bueno. Si no vamos a movernos de Palma de Mallorca tal vez no sean necesarios, pero nuestro fin de semana en Mallorca iba a ser de lo más movido e hicimos bastante kilómetros.
El programa preparado por la empresa Mallorex no dejaba lugar a dudas: iba a ser un fin de semana la mar de entretenido. Tras llegar a la verde lima recepción del hotel Costa Azul la dirección nos había preparado un juego y es que la reciente remodelación del establecimiento había dotado de una especial singularidad a sus habitaciones: todas ellas tienen una poesía referente al mar mediterráneo al que se enfrenta y domina desde sus 9 plantas, de los poetas más reconocidos. No hay poeta que no se haya enamorado de la luz mediterránea. El juego consistía en elegir una poesía de un tablón. Un andaluz en Mallorca se decantó por este, que terminaba con el rio de Sevilla, ese Guadalquivir que comunica toda Andalucía
Mi niña se fue a la mar,
a contar olas y chinas,
pero se encontró, de pronto,
con el río de Sevilla.
Habitacion 710: La de Federico García Lorca
El poema mi niña se fue a la mar es de Federico García Lorca y me daba acceso a la habitación 710, una séptima planta con una visión de la bahía de Palma idílica. Una tonalidad aguamarina en paredes y decoración y una encimera en el baño naranja me presagiaban una gran noche. Pero mejor que la noche, fue el despertar con una visión de toda la bahía que presentía la noche anterior, pero que en ese momento pude contemplar. El levantarnos temprano me hizo disfrutar de un amanecer precioso. Sin duda, uno de los momentos que me llevo. Una posterior visita al buffet libre, de alta calidad, me hizo desayunar con el recuerdo del colorido amanecer tras la catedral de Palma.
Ha amanecido, pero no me he olvidado de la noche anterior. Tras instalarnos en el hotel salimos camino de Calvià, a la pequeña villa de Es Capdellà, de la que no pudimos disfrutar por lo tarde que era. Pero nuestro destino era un hotel (bueno, llamarlo hotel creo que es quedarse corto), el Castell de Son Claret
Restaurante Zaranda: La casa de Fernando Pérez Arellano
Al establecimiento donde el silencio forma parte de la decoración se llega vía unos de los jardines más bonitos que he podido ver. Al final de una preciosa entrada se levanta, imponente, el Castell de Son Claret, una fortificación del siglo XVIII, donde la sensación de estar protegido y fuera de la vista de ojos curiosos. Para más inri, el Castell se encuentra a los pies de la Sierra patrimonio de la Unesco: Tramuntana.
Tras traspasar la puerta desembocamos en un patio que sirve para trasladarte entre secciones del Castell. El bar donde nos estaba esperando Fernando Pérez, el “estrellado” chef del Restaurante Zaranda (una estrella michelín), de un lujo elegantísimo y unas excepcionales pequeñas esculturas que servían para ofrecer las almendras aliñadas, el aperitivo que te hace abrir boca mientras espera tu mesa.
Fernando nos hizo un tour por todas sus instalaciones, desde la cocina hasta la bodega, pasando por su horno de pan que ya avanzaba lo que íbamos a disfrutar posteriormente. La comida merece una entrada aparte. Sin duda, el segundo momento del viaje. Y solo llevábamos unas horas en la isla.
Segundo día
La mañana del día siguiente se presentaba interesante, ya que viajábamos a la parte norte de la isla de Mallorca. Una ruta de unos cuantos kilómetros que parecía se iba a hacer difícil. Nada mas lejos de la realidad.
La vida a través del cristal: Lafiore
Camino de Esporles nuestra primera parada fue la fábrica de vidrio LaFiore, una de las firmas mallorquinas que aún conservan la artesanía de la isla. El soplado del vidrio, como se trabaja, como se consiguen los colores, las diferentes formas de montar las piezas, desde el momento en el que se encienden los hornos, los antiguos hornos de madera o las canalizaciones de los hornos de gas que dotan de esa artesanía única, donde cada pieza no tiene igual.
El maestro artesano nos permitió soplar vidrio (con bastante poca fortuna en mi caso, pero bueno, tuvimos a Clara Soler que dejó alto el pabellón de los visitantes con una pieza bastante decente). El fuego, el cristal derretido, el soplado y posterior calentado, como la masa uniforme tomaba vida y forma nos tuvo ensimismados durante un buen rato. Las manos y los pulmones del maestro daban vida, una tras otra, a aceiteras, jarrones,…
La colección de la tienda, digna de disfrutar, muestra un conglomerado de piezas de extrema belleza: a las aceiteras que ya habíamos visto antes se unían vasos, copas, jarrones, platos, lámparas, búhos, agitadores, colgantes,… Todas las piezas de una belleza incomparable, más aún cuando cada pieza era diferente a su igual, te hacían saltar de una estantería a otra sin repetir un color, una forma, una pieza.
La sierra de Tramuntana nos esperaba y tras despedirnos de los amables anfitriones de LaFiore y de su community manager cogimos camino a la segunda visita del día: la bodega Es Verger. Pero antes paramos en Valldemossa, donde visitamos, tras callejear por unas calles bulliciosas y comerciales, la casa donde dicen está la mejor coca de patata de la isla: Ca’n Molinas. Su terraza de pequeñas mesas y agradable ambiente nos sirvió para un tentempié rápido. Paseamos hasta la Cartuja, donde el músico Chopin y su pareja George Sand vivieron durante una temporada. Esa estancia le sirvió al músico para (además de tratarse de la sífilis que padecía) para componer el preludio Opus 28 y a la escritora para crear el texto Un Invierno en Mallorca. Y con la mente en su iglesia del siglo XIII, la casa natal de Santa Catalina Tomás, proseguimos nuestro camino.
El oro nace de las plantas: Bodega y Aceite Es Verger
La sierra de Esporles alberga, a 400 metros de altitud, una finca de 10 hectáreas que se mantiene fiel a la tradición y al cultivo ecológico. Allá nos esperaba la segunda generación (Es Verger vio la luz en el año 2011) para enseñarnos sus viñedos y olivos, que mezclan la autóctona aceituna mallorquina (D.O.) con otras olivas de picual y arbequina, directamente del árbol a la prensa para producir un excelente aceite Es Verger, un producto gourmet de altísima calidad y preciosista sabor, del que salen unos 3000 litros al año. El fruto se recoge a mano del árbol y se moltura el mismo día, lo que unido a su agricultura ecológica y su cuidado en el procesado le hacen el único aceite ecológico con denominación de origen Oli de Mallorca.
Tras pasear por las entrañas de la bodega y ver las botas donde el vino iba cogiendo cuerpo y prestancia, explicado fantásticamente por nuestro anfitrión, Miquel Fullana, conocimos los entresijos de sus caldos criados en tierras óxidas vermejas: Los tintos Ses Marjades, Elrs Rojals y Pinot Noir y los blancos Neu y Fita del Ram, un blanco semidulce que hizo las delicias del respetable. El aperitivo en la mesa cubierta de enredadera rojiza con pan, aceite, sal, fuet y una coca casera fue simple y delicioso.
Soller: el muelle protegido
Cogimos, con la tripa llena, camino del puerto de Soller donde disfrutamos de un rico “arros sec” en el restaurante Mar y Sol mientras veíamos la preciosa bahía, sus barcos y el ambiente de un pueblo sin grandes construcciones y unas pequeñas casas que se fundían con las laderas llenas de una vegetación frondosa que ocultaban tejados y paredes. Protegiendo sus aguas entre las faldas de una bahía, el puerto de Soller, en otro tiempo fue un puerto de alta actividad mercantil. Quedan vestigios y, sobre todo, unas preciosas barcazas que forman una primera línea de embarcaciones, pareciendo resguardarse junto a las piedras del muelle, como su buscaran una mayor protección.
Y en tan precioso escenario tuvimos la suerte de recibir la visita de la ITB, la televisión balear.
De ahí un dulce traqueteo del tranvía que nos subió hasta Soller pueblo. Un precioso tren de madera que data su primer recorrido de 1913 y que conserva los tres automotores y algunos de sus remolques, y una inusual vía de tan solo 914mm de ancho. En el final del recorrido, en Soller, un helado de naranja para ir abriendo boca de lo que llegaba en Sa Foradada.
El acantilado de los sueños: Sa Foradada
El mirador de Sa Foradada, con la imponente roca al final de un corte impresionante, de un acantilado que quitaba el hipo nos esperaba. Y nos esperaba el que dicen que es uno de los atardeceres mas bellos de la Isla. A las 19:09 estábamos todos mirando al horizonte, viendo los barcos pescar, mientras el sol se ocultaba tras un horizonte nuboso. Y del que posiblemente sea el mojito mas fotografiado de la historia de Mallorca 🙂 En el grupo de Mallorca venían dos amantes de la fotografía: Mauro Fuentes y Fernando Cuesta. La conjunción de Mauro y Fer, el acantilado, el mojito, Sa Foradada y el atardecer nos llevaron de la mano a la noche mallorquina al segundo hotel del viaje: El Hilton Sa Torre.
El lujo hecho espacio: Hilton Sa Torre
Una sorpresa nos esperaba esa noche. Cuando llegamos al Hilton Sa Torre, su entrada ya hizo presentir lo que nos esperaba detrás de sus majestuosos muros: un molino y una capilla de planta octogonal eran dos de los edificios que rodeaban el muro de piedra que sostenían un arco de medio punto. El recinto amurallado, uno de los patrimonios mas imponentes de la Isla, daba paso a un empedrado patrio que repartía al frente la recepción, a la derecha los restaurantes y a la izquierda las habitaciones.
Una suite de 94 metros cuadrados con cuatro estancias: salón recibidor, despacho, cama y baño, con baño y ducha se abría ante mí. En el recibidor de la habitación un riquísimo pastelito me daba la bienvenida, con una tarjeta manuscrita. Detalles que marcan. Una visita express a las estancias de la mano de su personal y nos descubrió esa excepcional capilla. Cuenta la historia que el Señor de aquellas tierras se lo regaló a su esposa para celebrar que esta, por fin, había tenido un hijo varón tras múltiples hijas. La capilla, ahora desacralizada es, sin duda alguna, un lugar excepcional para todo tipo de celebraciones y eventos.
Amplísimos espacios para unos días de descanso y asueto y que a nosotros nos dieron reposo para el día siguiente, que se avecinaba interesante.
La Palma de Mallorca mas clásica: Descubriendo sus patios en Segway
El turista clásico conoce Palma por su catedral, sus playas y, si me apuras, por su fiesta, pero la ciudad de Palma esconde unos callejones por donde no cabe un coche (ni están, ni se le esperan) para perderse. Gracias a los chicos de Segway Palma recorrimos el barrio pesquero, el frente marítimo, las edificaciones góticas y un paseo por los Patios de Palma. Conocemos los patios de Córdoba y los de Granada, pero los de Palma eran totalmente desconocidos para mi. Parece ser que hay hasta 60 patios, de todos los estilos, desde el gótico o neogótico catalán, pasando por la fisonomía medieval o los clasicistas y modernistas, una mirada a la Palma clásica. La mayoría de los patios no son accesibles, pero tienen amplios ventanales y puertas enrejadas en exquisita forja.
Pudimos ver con detenimiento el patio de Cal Marqués de Vivot, en la Carrer de Can Savellà, 4, un edificio construido sobre bases medievales que guarda una historia destacada dentro de los anales de España. Entre estos muros se tramó la conspiración felipista durante la guerra de Sucesión en favor de la familia Borbón.
Uno tras otros se fueron desgranando patios y más patios, cada uno con su historia y sus férreos muros dejaban pasar la luz necesaria para que pudiéramos admirar tan sobria belleza hasta que paramos en la cafetería de Ca’n Joan de S’aigo, donde probamos sus ensaimadas y su helado de turrón para coger fuerzas y seguir con el paseo que nos llevaba a uno de los centros neurálgicos de la vida mallorquina: el mercat de l’Olivar
Del mercado a la mesa, nunca mejor dicho
El mercat de l’Olivar bulle de vida entre sus calles y puestos: fruta, verdura, carne y, como no, pescado y marisco. A unos niveles de impresión. La zona de pescadería huele a mar, mientras los tenderos vocean sus mercancías y el tono mallorquín se mezcla con el inglés, español, alemán y, como no, mallorquín, orgullo del local. Alrededor, pero sin salirse de su interior, el marcado permite degustar la materia prima con una impresionante oferta de pescado, marisco (donde la gamba roja de Soller es la estrella) y, como no, otros platos de lejanas latitudes como el sushi.
Una copa de cava y unas ostras, pocas cosas tan sencillas, pocas cosas con tanto sabor, pocas cosas con mayor sabor a auténtico, sabor a verdad.
Real Club Náutico de Palma
El corazón de la Copa del Rey de Vela nos recibe con un busto, como no, de Don Juan Carlos, Rey de España. La terraza del RCNP nos ofrece sus viandas con vistas a toda Palma y una posición privilegiada sobre pantalanes y barcos de vela y yates.
Donde nacen las ensaimadas
La Pastisseries Pomar nos transportaron a una época pasada de la mas pura tradición mallorquina. Y es que hay pocos productos tan típicos como la ensaimada. De la mano de Matías, el maestro ensaimero, pusimos manos en la masa para aprender a hacer tan delicado dulce. Nuestros blogueros gastronómicos de cabecera venían con muchas ganas de aprender y es que comentan que no es un producto fácil.
¿La verdad? Prefiero comerlas a hacerlas, no os voy a engañar, pero el sentir la harina, la manteca como corría por la masa, aprender a estirarla y enrollarla fue fantástico. Y de premio, nos llevamos una para casa de la que los señoritos muñoz dieron buena cuenta.
Port Adriano, abierta al mar
La marina de Port Adriano albergaba toda clase de impresionantes embarcaciones, modernas y clásicas, de vela y motor, pero no dejaban indiferente a ninguno, y eso que llegamos casi con el tiempo justo de cenar en la terraza de Port Adriano, en el Harbour Grill, abierta al mar donde comimos una deliciosa tarta de manzana caliente con una bola de vainilla. Con los pantalanes a un lado y la increíble escalera al otro, Port Adriano se queda para una segunda visita a la isla, muy necesaria para poder sacarle todo el jugo. Dicen que los atardeceres allí molan mucho. Habrá que volver a comprobarlo.
El Hotel Dorint Royal Golf Resort SPA: pierdete entre sus paredes
Una recepción con unas copas de cava y zumo de naranja dieron paso a un paseo por las instalaciones de la mano de Montserrat Jaén, Jefa de ventas del hotel, donde pudimos comprobar algo que ya suponíamos cuando dejamos las maletas: Este hotel es grande, muy grande. El establecimiento cuenta con un gran campo de golf que rodea al descomunal edificio y unas vistas de la bahía envidiables, varias piscinas, un par de restaurantes y un piano bar, donde la noche que nosotros estuvimos una preciosa voz cantaba acompañado de un piano mientras propios y extraños caíamos rendidamente a los pies de la artista. Al llegar a la habitación, con una terraza amueblada con un diván y una mesa me hizo pensar que a la mañana siguiente disfrutaría algo de aquel sitio. Efectivamente, tras un reconfortante sueño la mañana se desperazaba a través de las cortinas y vi, como me imaginaba, la bahía y un imponente velero varado en ella. Ese era nuestro destino posterior, el Rafael Verdera. Pero antes cabe entre nuestros momentos el ratito que hablé con el jefe de cocina que estaba preparando los desayunos en el hotel, un alemán imponente, de amplio mostacho que llevaba a la vez cuatro fuegos y un par de planchas para gofres y tortitas. Con su acento alemán se esforzaba para contentar al público teutón y comentar conmigo, en un envidiable español, las vicisitudes de la cocina, del dar de desayunar a cientos de huéspedes con una sonrisa bajo ese poblado bigote.
Navegamos en un barco histórico
Al Rafael Verdera llegamos transportados por un vasco y su joven hijo desde un chiringuito en mitad de la bahía de Camp de Mar. Pacientemente fue dando viajes hasta que todos los afortunados estábamos a bordo. Mientras Sara y su madre Nuria se afanaban por terminar todos los preparativos que nos harían navegar a vela en busca de la bahía de Palma. Mientras Mikel se encaramaba al timón del barco, Iñaki, Sara y Nuria charlaban con los blogers, mientras se admiraban y se reían, a partes iguales, unos de otros por sus vidas pegadas a pantallas de ordenador y móviles unos, pegadas al mar y las maderas del barco, otros.
Un paseo viendo acantilados, impresionantes casas, mansiones y pequeñas edificaciones con vistas, grandes ventanales abiertos al mar y embarcaderos horadados en los acantilados.
El velero fondeaba cerca del puerto en unas aguas verdes cristalinas, con los mares de posidonias bajo nuestros pies me bañé. Estaba indeciso pero me dije ¿“Señor Muñoz, cuando vas a tener la oportunidad de tirarte de un barco velero al mar Mediterráneo de Palma de Mallorca”? Rápidamente cogí el bañador, bajé a los camarotes, me cambié y salté antes de que mis compañeros pudieran hacerme fotos. Hablando de fotos, Mauro nos prestó el móvil acuático para hacer una foto a los que se quedaron encima del barco. El móvil parece ser que no era muy acuático. A ver si tenemos suerte y podemos rescatar esas fotos :D.
Mis momentos
Sin dudarlos: el paseo en el Rafael Verdera, el disfrutar de la comida de Fernando Pérez y el atardecer desde Sa Foradada. Esos son mis momentos. Tienes que venir y llevarte el tuyo. Y recuerda: #VenYLlevateElMomento
Los momentos de mis compañeros